domingo, 6 de noviembre de 2011

Mal tiempo

Otro día más de llegar tarde a clase, tras desoír el sonoro consejo (con el modo repetición activado) de mi cómplice despertador. Una mañana de esas en las que no siento preocupación alguna por entretenerme dando un inocente rodeo en mi bici, que me lleve a las aceras que atravesé de tu mano, varias lunas atrás. Sigue lloviendo desde entonces, así que llevada por un pensamiento inercial, automático, empiezo a avanzar deprisa, en contra de lo que, por otro lado, me piden las ganas de detenerme, de pararme a observar la vida en la calle y dejar el deber para más tarde. Pero quién sabe, quizá algún compañero me vea desde la ventanilla de su coche, recreándome en la nada, moviéndome lentamente sobre mi bici, y me tome por loca, incapaz de fabricar una excusa convincente que justifique mi retraso al atravesar el dintel de la puerta de la sala 2 de la facultad. De todas formas, tampoco me incomodea en demasía la hipotética mirada de un simple conocido; ni siquiera la lluvia y el frío otoñal que me envuelve me están invitando a avivar la marcha. La necesidad de acelerar que ahora siento correr por mis venas, la llevo ya dentro hace tiempo, sin saber muy bien de dónde proviene. Así es que creo que hoy, finalmente, no iré a clase. (Imagen tomada de la selección del Noveno Concurso de Fotografía de la Calle del Sol 2011 para su concurso de microrrelatos)

miércoles, 29 de junio de 2011

Carretera&manta

No importa lo que te hayan contado sobre lo que otros consiguieron hacer antes que tú.
La carretera te sigue perteneciendo; sigue brillando el asfalto al sol de Julio, mientras va abrasando tu retina. Reina en ti una honda sensación de eso que llaman placer, deliciosa adrenalina moviéndose en tu interior, te hace temblar, oh, sí.

En el juego de los instintos, amigo, cuando quemas rueda hasta el frenesí, se multiplican las posibilidades de llegar primero a tu destino. Puede ser que lo encuentres en la próxima desviación a la derecha, o quizá en la siguiente bifurcación, bordeando la línea de costa.

No importa: de repente, al fin, un majestuoso espejismo se materializa ante ti. Altas torres de roca al desnudo, escarpadas agujas calizas, viento susurrante entre las copas de los árboles. Es tu sitio, al que siempre habías deseado llegar. Tan sólo algo menos impresionante de lo que creía tu imaginación, pero aún inabarcable para tu extasiada mirada.

sábado, 21 de mayo de 2011

Reír, no llorar

“Si en la calle ríen, tu no llorarás, ¿verdad?”. Aún restallaban en su cabeza esas palabras aleccionadoras con las que tiempo atrás, su siempre diplomática buena amiga le animó a dejarse llevar por el sentimiento colectivo de alegría juvenil que se les suponía, a sus 20 años. “Reír, no llorar”, como en aquella canción de Parabellum.

Había pasado más de año y medio, pero aquellos sentimientos negativos, lejos de desaparecer, seguían pegados a su piel, se reflejaban en sus ojos de cría desconcertada, de mirada perdida en no sé qué pasaje de cuento inacabado. Antes de que ocurriese aquello que diariamente trataba de evitar recordar, había atravesado fuertes tormentas, momentos trágicos que habían rasgado su vida, y dificultaron el caminar por los meses sucesivos; pero enseguida aprendió a vendarse y a seguir, e incluso a vendar a los otros afectados, que sufrieron tanto como ella. Todo su mundo se volcó en proteger sus heridas, en besarlas hasta que cicatrizaron, así fue más fácil asimilar el daño.

Esta vez era diferente: los ojos de niña perdida enfrentados a lo hostil, al miedo al vacío y al vuelo sin motor, miraban diferente, buscando apoyos donde ya no estaban, pidiendo esperanza en el lugar donde sólo habitaban incomprensión y rabia. Su pequeña cabecita, que siempre había presumido de librepensar y bienquerer con autosuficiencia y claridad, se hallaba confusa entre dos tiempos: un pasado del que, a pesar de todo, le costaba despedirse; y de un presente en ansioso curso, ligado a un futuro inesperado (como todos los futuros), que en sus muchos momentos de enmarañarse el pensar a solas, preveía desesperado. Empezaba a darse cuenta de que era verdad eso que dicen los padres de que el tiempo pasa muy deprisa, que todo muda con gran facilidad, y hay que resignarse ante aquello que ocurre y no podemos evitar, a la vez que cargar con todo aquello que decidimos portar con nosotros, aunque a priori no sepamos cuál va a ser el precio del peaje.

No obstante, entre presente y pasado, algo no había cambiado: tanto antes como después, seguía siendo una tortura tener que sonreír, y no llorar, al atragantarse con tanta doblez y tan poca sinceridad, o sentarle mal una dosis de ilusiones descontroladas.

martes, 22 de febrero de 2011

Lo que ves, lo que soy

Maldita sea mi suerte

Que me recuerda que el tiempo ha expirado

Son mordiscos sus abrazos, hechos de punzantes agujas de recuerdos

Y el húmedo beso que recibes en la frente, no es más que el eco

de aquellas olas que escuchaste estallar, cuando apenas eras nada

domingo, 23 de enero de 2011

Dos haikus de Mario Benedetti


Cada suicida
sabe dónde le aprieta
la incertidumbre




Si en el crepúsculo
el Sol era memoria
ya no me acuerdo

lunes, 10 de enero de 2011

Enredando en mi portátil, he encontrado unos textos que corresponden a un pequeño juego planteado a unos compañeros de clase hace unos años, en el que escribíamos lo que nos sugerían las "palabras clave" que, rebuscando en nuestras mentes, quisimos ofrecernos para ello. Uno de ellos es éste, y mi contraseña era la palabra "descrédito". Lo he encontrado, lo he visto con otros ojos y he pensado en recordarlo por aquí...



Puede decirse que detesto regodearme en el descrédito, en esa desoladora falta de fe que se me pega al cuerpo. Yo creo en las virtudes de la gente, en su bondad, en sus ganas y capacidad de amar, tan inmensas como solo las circunstancias pueden imaginar posibles. En la generosidad, en una sonrisa o una furtiva mirada cargada de múltiples significados, en el calor de un beso. Pero también creo en la profunda maldad que asola este mundo que hemos inventado. No es descabellado pensar que el motivo de la existencia de guerras, dolor, muerte, hambre, desolación se encuentra en las acciones de cuatro energúmenos que un día decidieron jugar a odiarse, olvidando conscientemente que millones de personas dependían sin quererlo de sus actos.

Y así, finalmente diré, que creo en ti y en mí. Mientras esto se mantenga, intentaré que el descrédito deje de acudir a mi cabeza para nublar mis ideas más de lo que ya lo hace la incertidumbre. Palabra.

jueves, 6 de enero de 2011

Bye, Navidad

Y es que aunque ya estés crecidito, te sigue atrapando esa ilusión de levantarte por la mañana y contemplar los regalos esperándote en el salón, a pesar de que la crisis se deja notar en la contención del gasto en estos últimos tiempos. Otro aliciente de esta fecha es el de ver la cara de tus padres, tus hermanos o tus primos cuando abren los regalos que habías escondido en casa con sumo cuidado para que no los encontrasen…y el rosco, y el chocolate caliente, y pasarte la tarde embobado con los nuevos juguetes de los más pequeños, poniendo en ellos más interés incluso que los propios críos (que te miran, entre estupefactos y cabreados, mientras peinas a su Barbie o intentas desentrañar los misterios del nuevo Magia Borrás).

Te das cuenta de que al menos, las pasadas semanas representadas por tiendas a rebosar y calles llenas de coches impacientes han tenido cierta razón de se, y ésa no es otra que la de crear ilusión, aunque ésta sea efímera y para ello tengamos que valernos de estúpidos, o no tan estúpidos objetos materiales. Como suele decirse, la “intención es lo que cuenta”, y esto es precisamente lo que nos queda siempre en la mente tras el día de Reyes.

domingo, 2 de enero de 2011

Sonrisa de domingo

Parece que la maldita Navidad, esa época en la que a todos nos toca ser (estar, o parecer) inmensamente felices, va tocando a su fin. Creo que cuando a las personas nos ocurren cosas negativas y atravesamos momentos difíciles, año tras año, estamos psicológicamente diseñados para sentirnos aún peor en esas fechas, inmersos muchos en esa sensación pegajosa de estar “hundidos en la mierda”, aunque eso sí, tratando de hacer que se entere de ello el menor número de personas posible, no vaya a ser que contravengamos el espíritu pacífico-armonioso navideño y nos tachen de “tristes” o aguafiestas. Y lo peor quizá sea pensar en que, con la vuelta a la rutina, esos sentimientos no habrán desaparecido, puede que tan sólo queden semiocultos y anestesiados bajo las prisas del día a día y los momentos realmente buenos que te sucedan, aquellos que lástima, suelen ser terriblemente breves.

La Navidad a muchos no nos pone de buen humor: nos hace pensar en aquellos que perdimos, en lo que tuvimos y desapareció, y en las personas que nos acompañan, a las que queremos, y que desgraciadamente lo están pasando mal. Pero bien sea por acuerdo tácito en la sociedad, o por nuestro propio afán de superación, manda tirar para adelante, y sonreír, e intentar disfrutar los pedacitos de felicidad que algunas personas te regalan, junto con su amistad y comprensión, en días así. No hay nada como buscar esos momentos, cuando sientes que algo en ti va a la deriva, y a duras penas contienes tus ganas de llorar. Por tanto, gracias a todos los que contribuyen a hacer olvidar la persistente negatividad de la memoria, y a hacernos pensar en lo bueno que está por llegar, sin mayores pretensiones.


Por cierto, este año, como todos, los buenos propósitos no van a dejar de ser un mero trámite para sentirnos bien los primeros días de enero, esa especie de placebo con el quedar bien con nosotros mismos para intentar cambiar nuestra vida. Ante esto, creo que vale más la pena dejarse llevar, e intentar sonreír un poco cada día, aunque no siempre tengamos ganas; ya que lo que verdaderamente merece la pena de la vida no tiene por qué surgir premetidamente, ni ser resultado de una lista de buenas conductas.
Sonreír siempre es bueno, para nosotros y para los demás. Quizá una pizca de hipocresía navideña no nos venga tan mal, si la utilizamos a nuestra manera.